Goytisolo o el odio a España
Goytisolo encarna como nadie ese odio visceral a la España histórica que
tanto daño ha hecho a la cultura de nuestro país.
Hubo un momento en el que la izquierda española decidió que su enemigo no
era sólo Franco, ni los ricos, ni la Corona, ni siquiera Dios. Hubo un momento
–pongamos 1970- en el que la izquierda española decidió que su enemigo era,
simplemente, España; una España idealizada –vale decir diabolizada- como
encarnación histórica de todos los males, a saber, el oscurantismo, la
cerrilidad, el analfabetismo, la arrogancia, la prepotencia, la violencia, el
fanatismo, la injusticia. De repente toda la vieja literatura del “malestar de
España”, que antaño tuvo un afán regeneracionista (incluso en un odiador como
Azaña), se condensaba ahora en una execración sumaria y sin paliativos, una
condena global que iba más allá del tiempo y del espacio. Ese día la izquierda
empezó a pensar que romper España era un acto revolucionario. En semejante
operación tuvo un cierto peso el autor al que ahora el Gobierno del PP ha
concedido el premio Cervantes: Juan Goytisolo.
No debieron ganar los cristianos, sino los musulmanes. No debió ganar Roma,
sino los protestantes. No debieron ganar los “blancos”, sino los moros o los
gitanos. Cada rezo es una mueca grotesca, cada batalla ganada es una miserable
carnicería, cada verso encierra un insulto, cada palabra de amor enmascara un
complejo sexual. Caín era el bueno y Abel, el malo. Isabel la Católica era una
atroz madrastra de cuento y más nos valdría habernos quedado con los Omeyas. La
“Reivindicación del conde Don Julián” de Goytisolo es la mayor obra de odio a
España –a la España real- jamás escrita. Y esa sensibilidad –más que la obra en
sí- terminó permeando a una, dos, tres generaciones de progresistas españoles.
Sus efectos perduran en la cultura española, sobre todo en la educación. Nada
más lógico que verla ahora premiada por el acomplejadísimo Gobierno Rajoy.
El Cervantes suele darse a un autor por el conjunto de su obra. Pero lo de
Goytisolo no es una obra; lo de Goytisolo es un complejo o, más precisamente,
un montón de complejos puestos uno encima de otro y revueltos en sórdida mezcolanza.
Complejo del niño que se queda sin madre en un bombardeo y que crece junto a un
padre franquista al que detesta (porque le falta la madre). Complejo de niño
bien que, por acomodado, siente una especie de simpatía reactiva hacia el
pobre, al que desea redimir por el narcisista procedimiento de hacerse pasar
por pobre también. Complejo de una sexualidad culpable e indefinida –siempre la
falta de la madre-, de una homosexualidad vergonzante, de una heterosexualidad
ocasional que se desmiente para volver a la pederastia. Complejo de blanco malo
frente al moro bueno, complejo de español que no quiere serlo porque en España
ve al padre que le sobra y a la madre que le falta. Complejo de burgués que se
hace comunista para lavar su conciencia y que después, descubierto el podrido
pastel estalinista, abraza una existencia de turista universal para predicar
nihilismo desde una bonita casa en Marrakech. Juan Goytisolo es todo eso. Como
no podía ser de otro modo, recaló en El País, depósito inagotable de ese plúmbeo
izquierdismo que desde hace largos años descarga sobre España su despotismo
intelectual. También por esto le han premiado los chicos de Rajoy.
Hace tres años, para Goytisolo fue precisamente el último premio importante
que otorgó el Gobierno Zapatero: el de las Letras Españolas. Ahora el de Rajoy
le concede el galardón más relevante de la literatura en español. Todo cobra
sentido.
P.S.: Ya sé que el Cervantes, nominalmente, no lo concede el Gobierno, sino
un docto sanedrín. Pero, créame, conozco el paño: los jurados de designación
gubernamental (o de órganos satélites) tienen suficiente peso como para
determinar el fallo. Este ha sido un premio gubernamental. Y eso es
precisamente lo más preocupante.
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