Thursday, January 8, 2015

Ley de Vagos y Maleantes (Ley de la presidencia del Consejo de Ministros de 4 de Agosto de 1933)

Uno de los más extendidos mitos es que la Ley de Vagos y Maleantes fue promulgada por el General Franco. Sin embargo, la Ley de Vagos y Maleantes es de la República, salida de Manuel Azaña. Fue aprobada esta ley por las Cortes Constituyentes de la República, y firmada y promulgada el 4 de agosto de 1933. Curiosamente, el fundamento de esta norma era el famoso comienzo del artículo 1º de la Constitución de la República de 1931, el cual señalaba que «España es una República de trabajadores de toda clase». Es decir, era persona peligrosa la que no tuviera trabajo o no  pudiera  trabajar.  Esa  misma  ley  preveía  el  sometimiento  de medidas  de seguridad «progresistas» a  las siguientes  «clases  de  ciudadanos»:
¿Vagos habituales; rufianes y proxenetas; los que no justificaran  la  posesión  o  procedencia  del  dinero  u  otros efectos, los mendigos profesionales o los que vivan de la mendicidad o exploten a los menores, enfermos mentales o lisiados; los ebrios y toxicómanos; los que para su consumo  inmediato  suministren  vino  o  bebidas  espirituosas a menores de catorce años en lugares y establecimientos de instrucción o en instituciones de educación e instrucción y los que de cualquier manera promuevan o  favorezcan  la  embriaguez  habitual;  los  que  ocultaren su verdadero nombre, disimularen su personalidad falsearen su domicilio o tuvieren documentos de identidad  falsos  u  ocultaren  los  propios;  los  extranjeros  que quebranten una orden de expulsión del territorio nacional; y los que observen conducta de inclinación al delito, manifestada por el trato asiduo con delincuentes y maleantes, por la frecuentación de los lugares  donde  estos  se  reúnen  habitualmente;  por  su  concurrencia  habitual  a  casas  de juegos prohibidos y por la comisión reiterada y frecuente de contravenciones penales.
A los incursos en alguna de estas circunstancias se les imponían unas medidas de seguridad  que  oscilaban  desde  el  internamiento  en  centros  de «reeducación»  por  tiempo  no  superior  a  cinco  años,  o  la expulsión  de  los  extranjeros,  el  «asilamiento  curativo  en casos  de  templanza  por  tiempo  absolutamente  indeterminado» o el destierro indefinido. La Ley de Vagos y Maleantes de Azaña es sin duda un texto que define el pensamiento de la izquierda de entonces sobre los marginados sociales y cuál era el trato social y jurídico que merecían. Un texto propio de régimen totalitario que se engendró en el seno de las Cortes Constituyentes de la II República. Era un texto que  pisoteaba  los  supuestos  derechos  fundamentales  de los  ciudadanos  reconocidos  en  la  Constitución,  pues  esta ley ordinaria era la que se aplicaba, no la Carta Magna.


El primer campo de concentración de vagos y maleantes de España. El 18 de agosto de 1934, la revista gráfica Estampa, que se editaba en Madrid y se distribuía en toda España por 30 céntimos el ejemplar, publicó un interesante reportaje sobre esta ley «progresista». En la portada varios vagos y maleantes en fila de formación, y debajo el titular «El primer campo de concentración de vagos y maleantes». En Alcalá de Henares (la patria chica del promotor de la Ley, Manuel Azaña) se había inaugurado un campo de concentración, llamado más tarde «Casa de Trabajo» sobre las antiguas instalaciones de la cárcel de mujeres. Después de la Guerra Civil estas infraestructuras se convirtieron en los Talleres Penitenciarios de Alcalá de Henares, en cuya imprenta se editaba la tirada oficial del Código Penal, y la que los presos redimían penas por el trabajo.
En agosto de 1934 estaban entre sus rejas trescientos vagos y maleantes  proscritos  por  la  República democrática. En el resto de España había ya  condenadas cerca  de  tres  mil personas,  internadas  en  las  cárceles  comunes. En Alcalá de Henares, los vagos  y  maleantes  eran  ocupados  en  las  más  diversas  tareas tales  como  mover  una  azada  un pico, abrir surcos en la tierra de  cultivo,  pintar  paredes,  cortar leña sin percibir nada más que el rancho como contraprestación. Para los internos esta nueva vida "era un calvario". 
Y hay que decir, en honor a la verdad, que Franco siguió con la ley.
A ver si se hace llegar esto  a los "desmemoriados".


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